miércoles, 1 de noviembre de 2017

VIAJE A LA PROFUNDA NEGRURA, CUENTO

Entonces… sentí que el frío avanzaba hacia mí, subía mi espalda rápidamente un hielo tan cortante, que me desperté temblando y asustado, con mi respiración entrecortada, sentí lo helado del aire que entraba por mi nariz, llenando mis pulmones y desde ahí congelando mi cuerpo, trate de abrigarme, pero no podía moverme, no podía cubrirme, y no era el hielo lo que me detenía, algo más lo impedía, un extraño peso estaba sobre mí que me paralizaba.

Trate y trate de zafarme pero no lo logre, empecé a desesperarme, trate y trate de gritar, pero no podía moverme ni hablar, algo me lo impedía, a cada segundo, más me enfriaba, más miedo me daba, empecé a sentir que mis piernas, mis brazos, todo mi cuerpo, ya no me pertenecían, no podía moverme, estaba ahí acostado, en esa noche de verano, paralizo, congelado  y atemorizado.

Cuando pude controlar un poco mi miedo, trate de pensar que pasaba, ¿porque estaba así?, fue ahí cuando me di cuenta que lo único que podía mover eran mis ojos, hacia arriba, hacia abajo y hacia la puerta, donde lo vi, algo que no debí haber visto, algo que estaba esperando que lo descubriera, algo que se distinguía en la oscuridad de la noche, porque su silueta resaltaba con su más profunda negrura.

Era una sombra, sin rostro, sin cuerpo, sin ropa, solo una gruesa y oscura sombra con forma humana, que estaba ahí, detenido junto a la puerta, pero algo resaltaba de esta forma, sentí que de donde debería estar su rostro, emergían unos ojos, a los que no podía ver, solo los podía sentir, me estaba mirando, y yo me estaba entregando a su fuerza, y cuando ya tampoco podía mover mis ojos, y lo único que hacía era ver dentro de su oscuridad, voló velozmente entrando en mi mente, a trabes de mis ojos, con un golpe que se transformo en una luz dentro de mi cerebro, que se transformo en un laberinto interminable en tonos oscuros y con chispas de luz que resaltaban en la profunda negrura que era este viaje que recorríamos a gran velocidad.

Aparte de esto, no puedo recordar nada más de lo sucedido hasta que desperté, muy cansado y con mucho frio, a la mañana siguiente.

El joven, ya no pudo hablar más, había terminado de contarles la historia de su noche, a los abuelitos que le habían arrendado una habitación en este pequeño poblado en medio del desierto, mientras realizara los estudios que venía a hacer.

Los dueños de casa se miraron con culpa al darse cuenta de lo asustado que estaba, y lentamente el anciano le dijo.

-      Lamento que te hayas asustado, en esa habitación han dormido muchas personas y la mayoría no ve ni siente nada, por eso no te quisimos contar lo que pasaba, solo algunos como tú lo pueden ver.

Y continúo.

-      Vienes de la ciudad y nos dirías que solo somos unos viejos locos, pero en el desierto se ven muchas cosas asombrosas, y lo que viviste es solo uno de sus misterios.

El joven, sintió un escalofrió que recorrió todo su cuerpo, miro con rabia a quienes no le advirtieron del peligro, y sin pensarlo más, se levanto de la silla del comedor donde estaba contando la historia, tomo sus cosas, subió a su vehículo y regreso a la ciudad, sin poder volver nunca más por esas tierras y mucho menos de noche.


Autor : Felipe Olaechea
“Los Fantasmas del Desierto”

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